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1820. Reflexiones que son consiguientes sobre las condecoraciones y distintivos

Cortes. Sesiones de julio. Memorias de los ministros. Legislatura de 1820. El Censor, Periódico político y literario, número 20, de 16 de diciembre de 1820
Nuestra segunda indicación se refiere a la fundación de la orden americana, y a las reflexiones que son consiguientes sobre las condecoraciones y distintivos. Somos los primeros a reconocer que en una nación bien gobernada se debe premiar el mérito sobresaliente de los ciudadanos en sus respectivas carreras; y, que no siendo posible que todas las remuneraciones sean pecuniarias, hay necesidad de recurrir a la concesión de ciertas señales exteriores, que designando a la admiración general los servicios eminentes hechos por algún ciudadano, exciten en los restantes la noble emulación que debe producir otros semejantes. Pero sabiendo también que tales distintivos se envilecen, si se multiplican demasiado, nos parece que pudieran y debieran reducirse a un corto número las órdenes de caballería y las simples condecoraciones que hoy existen. Una orden puramente militar con diferentes clases de individuos, y con la denominación de Santiago, ya que esta es la mas antigua e ilustre de las nacionales existentes, con cuya divisa se premiase según sus clases y hazañas a solos los defensores de la patria, y otra civil que en los mismos términos sirviese para recompensar los méritos extraordinarios contraídos en las demás carreras, la cual podría ser la de la Concepción, estableciendo en ella ciertos grados, creemos que serían suficientes para estimular el honor. Si estamos ya en el caso de simplificar nuestras instituciones, como todos lo conocen, ¿a que conservar las cuatro órdenes militares, la de S. Juan, la del Toisón y las demás añadidas en tiempos modernos? ¿Que mas da que uno se llame caballero de Montesa, que de Calatrava? ¿No vale más que todos los que han contraído un mismo género de mérito tengan la misma denominación, salvo el diferente grado que deba corresponderles según sus circunstancias individuales? Lo mismo decimos de las simples condecoraciones. Que todos los valientes que se han distinguido en la guerra de la independencia lleven un distintivo que les dé a conocer, es muy justo; pero ¿para qué haber multiplicado tanto las cintas y las cruces? ¿No es igualmente acreedor a la gratitud de la patria el defensor de Zaragoza que el de Ciudad-Rodrigo; el que combatió en la Albuera, que el que peleó en los campos de Vitoria? Pues ¿a que diversificar y variar las recompensas? ¿No se ve cuán ridículo y aun deforme a la vista es convertir el pecho de un guerrero en una especie de espetera y pingajería, como dice el vulgo? ¿No se ha reflexionado que no pudiendo nadie detenerse a examinar una por una tantas condecoraciones, se confunde tal vez al que derramó su sangre sobre los muros de Gerona con el que acaso estuvo escondido en un sótano durante la defensa de Madrid? Los militares mismos deberían solicitar que la distinción por acciones de guerra no se concediese sino individualmente, y á solo el que en ellas hubiese sido herido o distinguídose por algún hecho particular: en este caso una sola cruz atestiguaría su valor, y nadie le equivocaría con el cobarde que huyó, o con el que nada hizo, mas que hallarse materialmente en la batalla, tal vez muy a pesar suyo.

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